El umbral de un paraíso verde
La fuerza de la historia y la de la tierra se unen en el Bearne y en Navarra, a los pies de los Pirineos para un ascenso al cielo y las estrellas.
Exuberancia, ¡qué diablos! Todo comienza con un acento caliente y áspero a la vez. Esta música desciende de la montaña. Es la música de pastores y campesinos. Tiene los pies sobre la tierra, anclados en la tierra, y los ojos abiertos hacia el cielo. Pau, Tarbes, Lourdes, se encuentra usted en el triángulo de oro de la hospitalidad, el retorno a la naturaleza y un cierto espíritu, o más bien un espíritu cierto. Bearne y Navarra son tierras históricas empapadas con la sangre de sus grandes hombres.
El caballero Gaston Phoebus, el rey Enrique IV, pero también el poeta Jules Supervielle y el intelectual Pierre Bourdieu nacieron por estos lares. Su humanidad impregna Bearne y Navarra. Si viene a estas tierras, sin duda volverá. Es imposible resistirse a este macizo, tan imponente como tosco y hermoso. Para escalarlo las piernas se hacen más ligeras, vuelven a encontrar el gusto por caminar y esforzarse, porque después del esfuerzo llega el merecido descanso. Una garbure (sopa de repollo, verduras de temporada, judías y conservas de ganso o pato), gallina a la cazuela y una jarra de Jurançon. La montaña impresiona, pero no intimida. No es inexpugnable ni poco hospitalaria, simplemente tosca. No separa Francia y España, sino que las reúne gracias a la solidaridad, la sensibilidad rupestre de unos montañeses sometidos a las duras condiciones de las cumbres. El viento cae sobre el valle, sopla sobre una llanura que solo espera recibir para devolver con creces y convertirse en un lugar donde la vida es agradable.